domingo, enero 14, 2007

Sobre el Occidente Judeocristiano

SOBRE EL OCCIDENTE JUDEOCRISTIANO.

Cuando durante la Guerra Fría la propaganda estadounidense quería imponer a las naciones iberoamericanas y europeo-occidentales su visión política del mundo, que se sustantaba en en el conflicto este–oeste contra el comunismo ruso y chino, recurría a la retórica del “occidente cristiano”: eramos occidentales y cristianos contra bestializados ateos bolcheviques. (Adosados estaban los “blancos honorarios” como Japón y Turquía, según definición de la Suráfrica racista). Así, los vernáculos “nacionalistas de opereta” (Perón dixit) temían una fantasmagórica amenaza rusa, rehusando aceptar que la verdadera dicotomía de las naciones periféricas es contra quienes pretenden disminuír o anular su grado de autonomía política y que, desde esa perspectiva, nuestro principal enemigo estaba en este mismo continente, unos cuantos kilómetros más al norte. Ser occidentales y cristianos era nuestra forma de participar como vasallos en una confrontación en la que no teníamos nada que ganar.
Apenas deshecho este marco geopolítico con el suicidio del bloque ruso comunista, la propaganda estadounidense se apresuró en sentar un nuevo paradigma: nos enteramos de que el mundo, ya sentenciada la “victoria” del capitalismo frente al socialismo, está destinado a colisionar entre las civilizaciones que se nieguen a aceptar la superioridad del modelo del occidente angloparlante judeo-protestante; si antes era el Oeste contra un Este unificado por la panacea socialista, ahora es “the west against the rest”, el Oeste contra el resto, en expresión de Samuel Huntington - un resto constituído por esas diversas y divergentes “civilizaciones” renuentes al homogéneo y victorioso Oeste. Si bien se acepta que la más poderosa de estas “civilizaciones” es la China, la amenaza directa es la “civilización” musulmana. Los atentados supuestamente perpetrados por islamistas afganos en los Estados Unidos en septiembre del 2001 “confirmaron” (para cada vez más gente, autoconfirmaron) esa profecía del slogan socializado desde las instancias propagandistas/públicas de esa nación.
A este nuevo marco se le suman cuestiones de fondo, cuyos gérmenes son claramente rastreables desde la década de 1970: la mundialización del sistema financiero; la privatización completa de la economía y, con ello, de la política; la despolitización interna que conllevaría el “fin” de las soberanías nacionales; las cuestiones demográfico-ecológicas; el enorme e inéditamente velóz impacto del papel desempeñado por el Asia Pacífico, con centro en China; entre otras cuestiones.
Esta suma de factores proyecta su sombra sobre el futuro de la política mundial en las próximas décadas y nos permite arriesgar una predicción acerca de su trayecto: a la mundialización financiera le seguirá un panorama crecientemente político marcado por la voluntad de los grandes Estados para institucionalizar mecanismos de decisión de alcances mundiales. Un “gobierno mundial” que muy probablemente no tome la forma de un Estado universal a lo Kant, sino una confederación falsamente multilateral a lo Brzezinsky, que institucionalizará la municipalización de las naciones (perifericas). Al surgimiento de estas nuevas instituciones mundiales (que ya comenzó, y se manifiesta en las políticas estadounidenses posteriores a la Guerra Fría[1]) le acompañará una discusión sobre los “valores” que habrán de sustentarlas[2].
Se trata de debates inéditos, ya que sus resultados se nos presentarán como potencialmente irreversibles (problemas irreversibles como el ecológico-demográfico requieren soluciones del mismo carácter). Y en este marco, en el de la discusión de un sistema de poder y valores de alcance planetario, que tiene su primer reflejo preciso en la “guerra de civilizaciones”, es donde se inscribe nuestra nueva identidad vasallística: el “judeocristianismo”.
Es necesario comprender la real dinámica de la política, el marco actual en que se desenvuelve y sus posibles derivaciones para entender los peligros que conlleva el ser “judeocristianos” y el vigor con que tenemos que rechazarlo.

Estados Unidos como hipocresía organizada
-“¿Ustéd no está afirmando que tienen el control, sino que intentan ejercer presión?
-No, digo que tienen efectivamente el poder, por la concentración del capital”.
La pregunta, referida a los grandes medios de comunicación y hecha como para no alentar alguna “teoría conspirativa”, es respondida por Chomsky a Jorge Halperín con justeza. “Hay una elite relativamente pequeña de gerentes económicos, dirigentes políticos, gestores ideológicos que comparten intereses y privilegios. Esta gente ve al mundo más o menos de la misma manera. Ninguno de ellos cree en la democracia”. Esta ampliación del lingüista es fundamental para cualquier comprensión de las grandes potencias en general, y de EEUU muy en particular.
El primer y principal obstaculo a la comprensión la política externa de EEUU y sus aliados es considerar al país angloamericano como “una democracia que comete errores”. En general puede apreciarse a EEUU de dos maneras: como un imperio plutocrático estructurado como una “hipocrecía organizada” (tomé esa expresión de un artículo de Immanuel Wallerstein pero no sé si es suya, en todo caso es exacta), o como una nación democrática que comete errores. La historia nos muestra que esa nación es, en realidad, una “hipocresía organizada”, un imperio que puede ejercer su influencia sin presencia de una autoridad civil y/o militar delegada y promoviendo la percepción en la opinión pública de que lo hace en beneficio de quien sufre esa influencia, o al menos esa es la regla. (Solo alguien desinformado puede no estar de acuerdo con esta caracterización elementalísima de EEUU como actor imperialista; es por cierto aleccionador leer artículos o libros escritos por gente como Brzezinsky, Kissinger o Huntington, que hablan de “vasallos” y “tributarios” con la libertad de quien sabe a qué se refiere). En realidad muchos imperios actuaron pretendiendo beneficiar a quienes sometían, pero pocos en nombre de los derechos humanos (lógicamente, quien pelea por los derechos humanos lo hace contra quien está por “fuera de la humanidad”, dice el francés De Benoist).
Es que la plutocracia implica la privatización del espacio público, y el sistema de decisiones privado es “conspirativo”, antidemocrático por naturaleza: personajes jerárquicos no electos por nadie toman en secreto -o más bien, por razones que no siempre se corresponden con las que se proclaman públicamente- decisiones que afectan a un enorme grupo de personas. Y detrás del poder formal público del Estado está el poder real del concenso oligarquico. Por ejemplo, la Reserva Federal, el banco que emite el dólar – la moneda mundial, es en realidad una empresa privada pertenenciente al cartel de la comunidad financiera, formado en 1913 merced a un acuerdo monopólico en cuyas negociaciones secretas tomaron parte los más altos dirigentes políticos de entonces; otro ejemplo: Stiglitz definió al FMI como una entidad al servicio de la comunidad financiera - de lo contrario no se podría explicar la enorme desproporción de “errores” cometidos en sus funciones; otro tanto puede decirse de la prensa, que pretende informar, pero en la práctica repite, retocando apenas, lo que el gobierno propaga: lo de las inexistentes armas de destrucción masivas – ADM debería convertirse en el paradigma a recurrir para señalar este punto. El foro de la elite que es el Council on Foreing Relations, las planificaciones que elaboró y que la diplomacia yanqui ha implementado de forma sistemática en las últimas nueve décadas, son en verdad sorprendentes y clarificantes para quien no tiene mayor noción de estas cuestiones.
Son esos intereses más o menos ocultos (o por lo menos que no forman parte del discurso oficial), los que dirigen en Estados Unidos lo que puede denominarse el “Estado de seguridad”: las fuerzas de defensa y seguridad, la comunidad de inteligencia y los intereses económicos involucrados, y rigen sus determinaciones últimas. Dijo recientemente Gore Vidal: “Fue él (se refiere a un Secretario de Estado, Dean Acheson) quien diseñó el estado militarizado (el “Estado de seguridad”) que emergió a partir de 1949 con Harry Truman, con la CIA incluida. Todo giró en torno a un documento: el Memorando número 68 de 1950, del Consejo de Seguridad Nacional, que se mantuvo secreto hasta 1975 y resolvía estar perennemente en guerra contra alguien” (subrayado mío)[3].
Pero esto viene de antes. Podemos repasar algunos hitos: en 1845, EEUU anexiona la sediciosa Tejas, sabiendo que con ello desencadenaría una guerra contra Méjico: la guerra se dió, y EEUU terminó conquistando la mitad de Méjico. En 1898, EEUU desencadena una guerra por las posesiones coloniales españolas, debido a la explosión de un barco yanqui en el puerto de La Habana (después se supo que fue un autoatentado): EEUU se anexa no solo Cuba, Dominicana y Puerto Rico, sino también (hecho “olvidado”) Filipinas, primer enclave yanqui en el extremo oriental de Eurasia y verdadera razón de esa guerra deliberadamente provocada. En 1916, el gobierno estadounidense crea una comisión secreta de propaganda, que promueve en la opinión pública estadounidense la necesidad de intervenir en la gran guerra europea, valiéndose para ello de infundios atroces supuestamente cometido por los alemanes, posteriormente desmentidos; la pretención de intervenir en asuntos euroasiáticos (especialmente de su periferia extremo occidental, en donde había combatido) a través de la Sociedad de Naciones es revocada por el propio Congreso estadounidense. En 1941, Washington asume posiciones hostiles hacia Japón (muy particularmente, el bloque petrolero) con la intención deliberada de llevar a la potencia asiática a agredir a EEUU: con el ataque a la estación marítima hawaiana, el gigante americano formó parte de la guerra que se desarrolló en los frentes extremo occidental y extremo oriental de Eurasia, asegurando su interferencia en ese continente de forma permanente. Este es un breve pero ilustrativo repaso a la política exterior norteamericana y su modus operandi previo al Memorando mencionado.
Para ser justos, esta noción de confrontación permanente es más o menos general en el ámbito de lo político: investigando sobre el origen y el comportamiento de la idea moderna de “soberanía”, Carl Schmitt logró la convicción que la fenomenología política se caracteriza por la “conflictividad permanente” entre quien respalda ciertas formas y estructuras políticas y quien las hostiga, distinguiendo todo actor político entre amicus y hostis que beneficiar y derrotar, respectivamente. Es la realpolitik, la política basada en el uso o amenaza de uso de la fuerza de coherción. El poder nace del tambor de la pistola, dijo Mao.
¿Son compatibles los derechos humanos, las libertades individuales, la autodeterminación nacional, el progreso social con la voluntad conciente, deliberada de estar en guerra permanente, incluso ante la ausencia de un enemigo? O también: ¿es compatible la privatización del poder con la democracia? Pues no, nada de eso es compatible y ello sintetiza la necesidad de montar este imperialismo como hipocresía organizada. El discurso público, oficial, es mayormente propagandístico, un slogan. Así, las armas de destrucción masivas iraquíes. Así, la amenaza nuclear iraní. Así, el choque de civilizaciones.

La amenaza mundial
La elección de reemplazar al desaparecido bipolarismo por un supuesto choque de “civilizaciones” como piedra angular de la política exterior oficial estadounidense, y el hecho de comenzar por la civilización musulmana puede responder a muchos factores. Un factor, por ejemplo, es que enmascara bajo premisas falsas lo que es la vía alternativa más probable a la hegemonía norteamericana, el multiporalismo, que puediera estar basado o no en grandes ecúmenes culturales, pero que en todo caso se trata de una respuesta geopolítica concreta. Otro es que en el área de la “civilización” musulmana se encuentran las mayores reservas energéticas no renovables del mundo, cuyo control serían en sumo importante en las inmediatas décadas venideras; esa zona es, también, el “vientre blando” de Rusia: toda su frontera sur hasta China es musulmana. Pero quisiera sumar un factor que relacione la primordialidad de la cuestión musulmana, las divisiones que produce en las elites occidentales la cuestión de Irán, el pathos que ocupa la centralidad del discurso occidental -ahora- “judeocristiano”, entre otras cosas, a través de un actor sociohistórico que, pareciendo portar el anillo del Gyges platónico, escapa a nuestras percepciones.
La política exterior norteamericana hacia la “civilización” musulmana se manifiesta en lo que se llama la “reconfiguración democrática del Medio Oriente”: se trata de una política que viene diagramándose desde la década de 1970, y reformulada en los noventas[4]. Esta estrategia, que debería fundamentarse en los intereses nacionales de EEUU, es en realidad un imposición de los intereses israelíes a la política estadounidense. La adopción por parte de EEUU del conflicto judeo-islámico (preexistente al “choque de civilizaciones”) como propio es la más vigorosa manifestación del poder detrás del discurso “judeocristiano”. Para explicar esta perspectiva, voy a ofrecer una breve caracterización la naturaleza y alcances de la influencia del judaísmo sionista y otro tanto respecto del conflicto judeo-islámico.
Desde luego, lo anterior no significa que las elites estadounidenses no tenga diagramadas estrategias que respondan plenamente al interés nacional (o más bien, al de su establishment tradicional) de su país. El reflejo clarísimo de esto son las notorias disensiones que se produjeron en los últimos años en el seno mismo de la elite norteamericana, con relación a la guerra en Irak, y especialmente en la amenaza a Irán. Una serie de estudios académicos y políticos aparecieron en 2006 que pusieron sobre la mesa de discusión esta cuestión tan sensible al occidente judeocristiano[5], pero voy a remitirme al más conocido estratega norteamericano, Zbigniew Brzezinsky, transformado de alguna forma en un vocero de los intereses conservadores (léase, estadounidenses) contra los neoconservadores (léase, israelíes), que escribió un pequeño artículo en abril del año pasado en que afirmaba que atacar a Irán constituiría para EEUU, literalmente, “una locura política”. Su libro El gran tablero mundial lo clarifica: allí dice que un jugador geoestratégico es un Estado con capacidad y voluntad de ejercer influencia para alterar -en medida capaz de afectar los intereses estadounidenses- el statu quo geopolítico (esto es: China, Rusia, Alemania/Francia, potencialmente Japón/Corea), mientras que un pivote geopolítico es un Estado clave cuya situación y/o existencia tenga efectos catalíticos en los jugadores geoestratégicos y/o en las condiciones regionales[6]. En esta última categoría entre Irán: “En síntesis, un ataque contra Irán sería un acto de locura política, que pondría en marcha una conmoción progresiva de los asuntos mundiales. Con EEUU como blanco creciente de la hostilidad generalizada, la era del predominio norteamericano podría tener un fin prematuro”[7].
¡Fin a la era del predominio estadounidense, ni más ni menos! Como se ve, el problema no es solo de la región Medio-oriental (no digamos ya solo palestino), sino que el “frente musulmán” condicionado por los intereses israelíes en esta “guerra de civilizaciones” amenaza al mundo con una conmoción generalizada.
El caso único del Estado judío.
No es Israel en tanto que Estado nacional el que influye en la política exterior estadounidense: por sus dimensiones reales, EEUU muy bien podría abofetear al Estado judío en la cara. Es su lobby el que lo logra, su grupo de influencia, definido como el conjunto de organizaciones e individuos que, sin tener un centro orgánico común, trabajan en distintos ámbitos para promover la identidad de intereses entre EEUU e Israel. Claro, estas dos naciones no tienen los mismos de intereses, no solo porque Israel está limitado a un marco regional, sino porque en ese mismo marco no existe tal identidad, ya que EEUU tiene que estructurar su política regional en consonancia con su estrategia euroasiática global. Eso no es algo que importe al Estado judío: de ahí la -peligrosísima- fricción. Los neoconservadores, los estadounidense que promueven la identidad con el Estado judío y los que desarrollan las políticas de la administración Bush hijo son la clave: cuando representantes de un Estado hacen conseciones de esta naturaleza insólita a otro Estado mucho menor, no hace falta ser demasiado suspicaz para saber a que intereses representan realmente.
Esto no revela la verdadera extensión de semejante influencia. Ésta no se limita a la política externa: fueron los mismos grupos pro-sionistas los que crearon y apoyaron la ley que restringe derechos civiles (la “ley patriotica”), los que llevaron al plano de “lo políticamente correcto” la legalización de la tortura[8], los que impulsaron la aprobación de los tormentos y la abolición del abeas corpus; fueron quienes idearon la doctrina del ataque preventivo en 2002, tal vez inspirados en la agresión judía de 1967; son gentes de esos núcleos los que aplauden el uso israelí de la tortura, los que les sugieren practicar castigos colectivos, los que intentan justificar la criminalización de la población civil musulmana[9]. Colaboraron como nadie más a instalar la islamofobia[10]. Los principales voceros de esta demolición de los derechos elementales forman parte inequívocamente del lobby judío, y no es para menos: promueven lo que el Estado judío ha implementado de manera sistemática contra sus vecinos en las últimas seis décadas. Lo más atroz que ha hecho la administración Bush ha sido precisamente eso, esa “israelización” de los Estados Unidos; o dicho de otra forma: el primer intento de proyectar mundialmente lo que Israel hace a los palestinos.
Es que el lobby judío tiene una naturaleza cualitativamente diferente a los demás grupos de presión. Algunas cifras que reflejan la incersión judía en la élite estadounidense dan la pauta. La clase política, por ejemplo: esta és, en las democracias plutocráticas, producto de una prodigiosa industria de relaciones públicas más que de contenido ideológico. Bueno, esa clase política recibe gran parte de su financiación de individuos y organizaciones judías: el porcentaje es mayor al 60% entre los demócratas, y al 35% entre los republicanos. Según datos recavados por un profesor de la Universidad de California, Kevin Mac Donald, el 60% de la dirección de los grandes medios de comunicación en EEUU está compuesta por judíos; esto, claro, no asegura por sí mismo que los medios distribuyan propaganda sionista, pero lo hacen: un estudio referido a columnistas sobre Medio Oriente de los principales medios, indica que de 66 periodistas, solo 5 adoptan posiciones no favorables a Israel[11]. Me atengo a la anterior definición de lobby: entran aquí los 50 millones de yanquis que forman parte de iglesias reformadas que se agrupan en lo que se ha dado en llamar “cristianismo sionista”, que hacen de la defensa del Estado judío su prioridad. Sus pastores son los famosos “televangelistas”, el grupo cristiano con mayor publicidad y crecimiento en EEUU. Tomaron posición por primera vez con Reagan - él era cristiano sionista, y Bush hijo lo es también. Es que, en realidad, el origen histórico de la ideología sionista se ubíca dentro del cristianismo, no del judaísmo, específicamente del reformismo puritano del siglo XVII, firmemente apoyado por Oliver Cromwell[12].
El error es considerar que un poder de semejante magnitud y penetración es la proyección del poder de un Estado nacional dentro de otro. El caso del Estado israelí es único: el lobby antecede al Estado cuyos intereses representa, invirtiendo la relación normal. El Estado judío es el resultado de la proyección de un poder étnico previamente integrado al sistema de poder no solo norteamericano sino también europeo y ruso[13]. Con Israel no ocurrió como en la mayoría de los states-making, en que una población geográficamente originaria evoluciona hacia formas políticas nacionales, sino de la decisión de comunidades étnicamente identificadas que, formando parte del engranaje de los imperios de turno, proyectaron -y proyectan- su influencia hacia el territorio palestino: Israel es verdaderamente el Estado perteneciente a la judería sionista, no a los “israelíes”, que son colonos llegados en el transcurso del siglo XX. Al ser consultado sobre los que creían que se exageraba el poder del lobby sionista en detrimento del “imperialismo empresarial” (el conservadorismo o establishment tradicional), Israel Shamir contestó correctamente que: “El imperialismo empresarial no es un espíritu desencarnado; es la suma de deseos y acciones de las élites estadounidenses. Y dichas élites son judías en gran proporción; han aceptado los valores y las ideas judías”[14]. El lobby es el núecleo de intereses sionistas muy eficientemente coordinado de esa facción étnica -y la de sus aliados- de las dirigencias estadounidense.
Para dar un ejemplo ilustrativo y poner en perspectiva la creación de Israel, imaginemos por un momento a uno de los pueblos aborígenes americanos (digamos, los tobas) tratando de establecer un Estado nacional soberano – en este caso sobre tierras que ocupan de manera continua desde hace siglos: ¿a alguien se le ocurre que podrían lograr ese objetivo? A menos que el Estado argentino decida cometer suicidio político (más grave que el que viene cometiendo desde 1976) desprendiéndose voluntariamente de territorio, se impone necesariamente la sentencia de realpolitiker Carl Schmitt: todo lo que existe como magnitud política es jurídicamente digno de existir. Nada es más preciso en el caso del Estado del sionismo.

La grieta de Occidente.
El masón polaco Hoene Wronsky afirmaba que hay en todo cuerpo un punto tal que, si es alcanzado, el cuerpo entero se disgrega inmediatamente, quedando disosiadas todas sus moléculas. Como un punto debil, o una grieta profunda en los simientos que amenaza con derribar alguna estructura edilicia. En un discurso, una tal cosa podría ser la falacia: con ella cae por viciado el resto del argumento.
El discurso del holocausto es el paradigma del occidente judeocristiano. Es el dogma del siglo XX, y del XXI. No porque no hayan muerto millones de judíos, haya habido una orden deliberada para ello o se hayan utilizado cámaras de gas como medio. Aún incluso si la patraña de los jabones de grasa judía fuera cierta, seguiría siendo un dogma. El uso sistemático que se hace de Hitler, el nazismo y el holocausto como un “parámetro de maldad” es síntoma de ello. Es notorio como para occidente el énfasis cuando se trata la Segunda Guerra Mundial está puesto en la cuestión del holocausto, mientras que para Rusia -el gran vencedor en esa refriega- está con sano criterio centrado en su triunfo ante el rival teutón. También es notabale cómo, de forma inédita, un Estado -Israel- se convierte por virtud de una ley inexistente en recaudador de fondos por las reparaciones de personas que jamás representó o albergó en su seno, en razón de su misma inexistencia: la judería sionista se arrogó la representación de todos los judíos del mundo, y los Estados occidentales lo aceptaron. Desde hace poco tiempo adquirió en varios países europeos su status definitivo de dogma: leyes semejantes a las que en otros tiempos protegían la interpretación teológica de la Santísima Trinidad, prohíben ahora discutir el dogma del holocausto.
La criminalización de la duda racional es en realidad un desarrollo normal para el dogma del holocausto. La caracterización del holocausto y del nazismo como la maldad absoluta remiten necesariamente a la bondad absoluta de su víctima: “La tesis de la ‘unicidad’ es, de hecho, un argumento metafísico. Si los verdugos no son comparables con ningún otro, lo mismo ha de pasar necesariamente con las víctimas. Como el mal absoluto remite al bien absoluto, la singularidad absoluta de unos implica la singularidad absoluta de los otros. La persecución se ve entonces explicada por la elección (...) En últimas, el sufrimiento de los judíos participaría, no de la historia, sino de una Providencia al revés en la que los judíos serían el pueblo Cristo”[15]. Esto implica que existen ciertas muertes (y por ello, ciertas vidas) que son más importantes per se que otras. Y, si a esto se le suma la prohibición de su discución, la transferencia de miles de millones de dólares en reparaciones y el status único que EEUU le da a Israel como principal beneficiario del dogma del holocausto, esa afirmación parecería corrovorarse. Norman Finkelstein, quién acuñó la expresión “industria del holocausto” para referirse a esto, lo considera un chantaje moral que apela a la culpa colectiva para hacerse de apoyo político y financiero. Dice al respecto Israel Shamir: “Admiro al doctor Finkelstein... tiendo a pensar que todavía cree en los cuentos de hadas. En mi opinión, los sentimientos de compasión y culpa pueden como máximo proporcionar un plato de sopa gratis (...)¿Cuál es la fuente de energía que hace funcionar la industria del holocausto? (...) El pathos del culto del holocausto y la facilidad con la cual logra bombear miles de millones son las pruebas tangibles de la existencia de un poder real detrás de esta industria. Este poder es oscuro, invisible, inefable, pero muy real”[16].
Hacer del sufrimiento judío algo incomparable, hace incomparable al pueblo judío. Financiar y apoyar diplomática y militarmente a un Estado que se arroga la representación del pueblo judío, lleva a la práctica esa incomparabilidad. El dogma del holocausto es el mito de la superioridad judía, principio en el cual se sostiene el Estado judío. Occidente, otrora cristiano, ha hecho suyo ese dogma y lo defiende a capa y espada. La centralidad de un discurso judeocéntrico es la grieta de acceso a la verdadera naturaleza, el sustrato del “judeocristianismo” occidental. Es la grieta que nos deja ver que está detrás de la “israelización” de los Estados Unidos, de su toma decidida de partido en el conflicto judeo-islámico. Debería ser, también, la grieta por la que empezemos a deconstruír a este occidente.

Guerra sucia
Cuando en Argentina se habla de la represión ilegal del Proceso (1976-1983), se nos hace poco menos que increíble leer la cobertura que la prensa diaria daba entonces a los acontecimientos[17]. El discurso oficial, reproducido con bastante exactitud por los medios, era más o menos este: había en Argentina una masiva organización militar llamada “Subversión”, que era dependiente de un órgano aún mayor, llamado “Subersión Internacional”, cuyos centros nodulares se ubicaban en Moscú y La Habana - pero esto no impedía que la Rusia comunista fuese el mayor socio comercial de la Argentina de entonces. Era ésta quien nos atacaba, por lo que teníamos que defendernos; los civiles y militares que instigaron y ejecutaron, respectivamente, el golpe de Estado, no tuvieron otra opción, ya que las posibilidades dentro del marco democrático habían sido “agotadas”. Contra la “Subversión” se hacía la “guerra”, que era “irregular”, porque el enemigo así lo había impuesto; entonces, violar las leyes de guerra estaba permitido. Desde luego, en la guerra se cometen “excesos”, un lamentable precio a pagar en aras de la victoria. En todo caso, el gobierne siempre decía la verdad: véanse los diarios desde 1976 hasta junio de 1982, las críticas son al debastador plan económico y a los “excesos” de la “guerra”, pero no a la intrínseca ilegitimidad del gobierno o a la ausencia de información por fuera de la emitida por las fuerzas de seguridad. ¿Los “desaparecidos”? La suprema teoría de la conspiración: por culpa de un montón de gente que dejaba de aparecer (casi todos disidentes pero no guerrilleros), era acusado el gobierno de tener una clandestina (secreta, “conspirativa”) red de centros de detención, tortura y asesinato. Todo esto estaba englobado dentro de la titánica guerra entre el occidente cristiano contra el oriente comunista.
Ahora sabemos que los guerrilleros, nucleados entre los filoperonistas Montoneros y los filocomunistas ERP, eran unos pocos cientos (en Tucumán por ejemplo, bastión de los erpianos, había poco más de cien “combatientes” pobremente armados, o que la “contraofensiva” montonera fue hecha por solo doscientos individuos), que los desaparecidos no eran producto de la mente afiebrada de algún paranócio, y que la gran mayoría de ellos (un tercio por lo menos) eran delegados y obreros sindicales, y la casi totalidad disidentes no vinculados a ninguna guerrilla; que las guerrillas no eran brazos locales de una etérea “Subversión Internacional”, y que la “guerra” fue poco más que una despiadada cacería de disidentes. Supimos que el golpe había sido planeado desde mucho antes, y que solo esperaban obtener concenso de la opinión pública para ejecutarlo. Que los “excesos” no eran la excepción si no la regla. Y que las mentiras emitidas por el gobierno fueron verdades en virtud de una prensa no solo amordazada y muy explicablemente asustada, sino también muchas veces complaciente y hasta comprometida con la represión ilegal (véase lo públicado por Editorial Atlántida en esos tiempos). Sabemos ahora que la represión se implantó principalmente para desarmar la estructura responsable del “exceso de democracia” en Argentina, la industria, y el movimiento político que fue su defensor medular, el peronismo. ¿Se entiende porqué el peronismo es considerado por algunos “la madre de todas las calamidades”? Los “procesistas” por lo menos compartían esa opinión.
En el caso argentino, ser occidental y cristiano era apoyar tanto la “guerra” como su resultado, que no desapareció en 2003 sino que sigue vigente; para ser occidental y judeocristiano no hace falta sostener que aquello fue una “guerra” (es más: muy conveniente resulta ser ínclito “antifascista”), pero si el actual estado de cosas.
Una mirada al actual Medio Oriente nos otorga curiosas similitudes: nosotros, los “judeocristianos”, combatimos el enemigo etéreo, el ente llamado “civilización musulmana”, que quiere conquistarnos, y por eso nos “defendemos preventivamente”. Sus distintos “brazos” son organizaciones como Hamas, Hezbolá o la omnipresente Al Qaeda y su líder de realidad virtual Bin Laden, y naciones como Irán, Irak o Siria. La “defensa preventida” contra Irak, también, provoca algún que otro “daño colateral”, o “excesos” a lo Abu Ghraib; este daño es provocado sobre todo por la elección de “los musulmanes” de elegir la guerra “irregular”, que tiene su otro resultado en Guantánamo: a ellos no se les aplican las leyes de guerra; es que se lo buscaron ¿no? Por lo menos el gobierno dice la verdad: es que lo de las ADM no fue mentira, sino un “error” de inteligencia; las críticas de la prensa se reducen a los efectos económicos producidos por la guerra, a los “excesos” como son “algunos” casos de tortura y a los 3 mil muertos de los buenos (contra 700 mil de los malos). ¿Qué la guerra tuvo que ver con la influencia sionista o el petróleo? Conspiracionista y discriminador.
Al menos ahora no tenemos que esperar seis años para saber que ese es un conjunto de mentiras. “Los EEUU, que pretenden combatir un islamismo que no han dejado de fomentar durante décadas, eligieron hacer la guerra al único país laico de Medio Oriente (...) El tema del ‘choque de civilizaciones’... es una formula facil que sacude inmediatamente a los espíritus perezosos, cada vez más llevados a repetir lemas que les satisfacen que a las exigencias del análisis y la reflexión. Más allá de las fricciones culturales que se producen necesariamente entre las culturas en un mundo globalizado, pienso que esta fórmula no se corresponde en la práctica a nada. Las ‘civilizaciones’ no son bloques homogéneos, y no se ve como podrían tranformarse en protagonistas de las relaciones internacionales. (...) Por ahora, legitima la islamofobia que los EEUU y sus aliados, que estaban buscando un enemigo absoluto sustituto desde la desaparición de la URSS, emplean e instrumentalizan muy inteligentemente”[18]. No existe un ente político llamado “civilización musulmana” como tampoco existía el ente “subversión internacional”; los radicales islámicos no son las partes pertenecientes a una gran conspiración hecha para invadir el “occidente judeocristiano” como tampoco lo era Montoneros para hacer lo suyo con el “occidente cristiano”; no existe tal cosa como una guerra “preventiva”, los “daños colaterales” son la regla, el gobierno miente y la prensa lo repite, las ADM si fueron una mentira, la suspensión de las leyes de guerra es un crímen. Decir que la guerra no fue hecha para defender libertades sino provocada por intereses que no vacilan a la hora de sentenciar a muerte a 700 mil inocentes no es conspirativo: es la verdad.
Pero hay todavía otro inconveniente para captar correctamente el conflicto “judeocristiano-islámico”. Durante la Guerra Fría, a Siria o a alguna guerrilla Medio-oriental el occidente cristiano no lo consideraban una amenaza en tanto representantes del islamismo, sino en tanto satélite de la Rusia comunista, el enemigo absoluto entonces. Es más, EEUU promovió, agrupó, financió y entrenó a los radicales islámicos; hizo de una ideología completamente marginal un arma operativa - primero en Afganistán. Pero desde el punto de vista israelí el enemigo siempre fue el “islamismo”. No el conjunto de Estados semi-independientes surgidos de la desintegración controlada del Imperio turco, sino de ese ente que es la “civilización musulmana”. Tuvieron facilidad los sionistas para imponer esa visión de las cosas: la mayoría de los Estados de población musulmana estaban contra la existencia del Estado judío, por lo que significaba al pueblo palestino. Pero, de cualquier manera, ese consenso entre varios Estados nunca se manifestó políticamente de manera coordinada sino más bien improvisadamente, jamás estuvo basado en una estructurada concepción política derivada de la religión islámica, y tampoco era esa la perspectiva de EEUU y sus aliados. Por el contrario, fue desde Israel donde se comenzó a formar el discurso, ese que acabo de comparar con el de la “guerra antisubversiva”, sobre la amenaza de la “civilización musulmana” (con la sola salvedad de que habría que trocar el caso de Irak por el de Palestina como ejemplo). El conflicto era, entonces, judeo-musulmán, en tanto que Israel, arrogándose la representación del pueblo judío, identificaba al “islamismo” como su enemigo. Esa es la perspectiva que adoptaron EEUU y sus alidos.

Algunas conclusiones
¿Porqué ocuparse de lo que haga EEUU? ¿O de lo que hagan el sionismo e Israel? Se puede alegar que, a pesar del apartheid y las agresiones, Israel ciertamente no es el Estado más terrorista del mundo. Me viene a la memoria una entrevista dada por la ya fallecida Jeanine Kirkpatrick al diario Clarín, hecha en vísperas de la invasión a Irak, en que ésta preguntaba: “¿Porqué a los argentinos les importa Irak?” Imaginemos por un momento que un periodista iraquí le hizo en algún momento a la estadounidense preguntas sobre la responsabilidad que cabe a EEUU en la generación de la deuda externa argentina, en la represión del Proceso, o algo por el estilo: “¿Qué le importa a los iraquíes Argentina?” hubiera respondido. Es que lo que se decide en EEUU tiene efectos en todo el mundo. A ello le sumamos este actor, durante décadas ignorado, actualmente subestimado que es el judaísmo sionista y su ideología, el supremacismo judío.
Ahora estamos en presencia de grandes cambios, y no es casualidad que estén precedidos de “dolores de partos”; la naturaleza del poder imperial es semioculta, elitesca y patológicamente agresvia. La posibilidad de que en pocas décadas (o años) se desate un caos generalizado (la “conmoción progresiva de asuntos mundiales” que señala Brzezinski), podría terminar en el definitivo retraimiento de EEUU que predice Immanuel Wallerstein, o también en la formación de esas instituciones que municipalizarán los Estados nacionales y terminen con el último recodo de autonomía política, de decisión soberana; después de todo, EEUU decidió deliberadamente participar del caos más mortífero de la historia (lo del “día infame” es casi una anéctoda), y terminó con un éxito rotundo.
Abel Posse escribió que el peligro es que la política internacional se deshaga de forma abierta de las leyes y que las relaciones entre naciones derive a un puro “fascismo”, la descarnada ley del más fuerte. La forma aleboza en que se invade Irak y Líbano, en que se amenaza a Irán y Siria ¿es sólo la influencia sionista, casi un tropiezo, o se trata de la lógica del poder imperial que amenaza con revolver el mundo a su antojo? Porque, como escribió Chomsky, las mayores preocupaciónes de las personas en el mundo son tres: la posibilidad de una guerra nuclear, de un desastre ambiental, y el hecho de que la principal potencia del mundo actúa de forma que agrava enormemente las dos cuestiones anteriormente mencionadas[19]. En cualquier caso, y como muy bien escribió James Petras en “Porqué es tan importante que se condene a Israel y al grupo de poder sionista”[20], las dos grandes cuestiones en que el mundo se debate, la de paz o guerra y democracia o autoritarismo, encuentran hoy en el sionismo el actor decisorio clave; claro está, del lado de la guerra y el autoritarismo. Y no porque no triunfe en esta oportunidad ese poder va a desaparecer. (La precariedad del papel del dólar como monedad mundial, el pilar financiero de la hegemonía mundial estadounidense, solo aumenta peligrosamente las posibilidades de que se desate una crísis sin precedentes)[21].
Existen además, para Argentina, razones importantes y muy puntuales para adoptar un rechazo tajante respecto al sionismo. La falsa acusación que promueven organizaciones judías contra Irán y la resistencia libanesa, responsabilizándolos por los atentados ocurridos en Buenos Aires en 1992 y 1994 contra la embajada de Israel y la mutual israelo-argentina, respectivamente, es una sombra que amenaza con empujarnos hacia esta “guerra de civilizaciones”[22]. Además de la insistencia con que algunos sostienen la existencia de células terroristas islámicas en la triple frontera argentino-brasilero-paraguaya. (Douglas Feith, ex n° 2 del Pentágono, furibundo sionista, recomendó bombardear la triple forntera en las semana posterior a los atentados del 11-S. La instalación de una base militar norteamericana en Paraguay debería ser justificado motivo de alarma).
Todo eso está detrás de la no inocente identidad del “judeocristiano”, y es por ello tan importante rechazarla, como antes era tan importante no ser “occidental y cristiano”, o como durante el maccartismo era honorable para un yanki ser “antiamericano”, o como el mayor elogio en Israel es ser “antisemita”. En este momento, ser judeocristianos es defender la “democracia” (según la plutocrática versión anglosajona). Ser judeocristianos es ser adalid de la “libertad” (de mercado, de la sumisión de la desición soberana a la mano invisible de la oligarquía). Ser judeocristianos es ser “tolerantes” (hacia la subcultura enlatada, pero no hacia las creencias y costumbres de otras culturas). El deber de un judeocristiano es despedazar Irak, violar Líbano, humillar a Irán y Siria, festejar sobre las ruinas Gaza y Cisjordania destrozadas. Ser judeocristiano es criminalizar el Islam, es mofarse de los khimares, horrorizarse de los chadors. Ser judeocristiano es amenazar al mundo con la hecatombe. En el marco del sistema de decisiones que afectan al mundo entero, eso es ser judeocristiano.

Epílogo para creyentes y no creyentes
No es en absoluto mi intención degradar la religión judía. Pienso que, en distintos grados, toda tradición sagrada está insuflada de santidad: Para las Escrituras sagradas, es muy cierto que no se puede ver contradicción entre ellas más que en la medida en que no se las comprende, escribió René Guénon. La salvación, destinada a los llamados, y la liberación, solo de los elegidos, se encuentran en ellas; incluso si existen diferencias que puedan parecer irreductibles entre sí, si algunas son inherentemente excluyentes, eso no quita que desciendan a través de ellas hacia su grey las bendiciones del Espíritu Santo. En el caso de Israel, hay que decir que hasta la década de 1940 la mayor parte de la comunidad judía (en sentido estricto, de comunidad religiosa) estaba en contra del Estado judío. En la actualidad una congregación judía, minoritaria pero fiel, Neturei Karta, es la más vigorosa opositora al Estado judío. Lo consideran una abominación.
Es que estamos en el tiempo posterior al triunfo del laicismo. En 1945 dos imperios laicos se repartían el mundo. Ahora, el uno ya no existe, y el otro es progresivamente copado por una aberración contra el espíritu: el sionismo cristiano. Ese populoso movimiento seudo religioso es el sionismo judío revestido por imágenes del Crucificado. Son expresiones de lo que el sufí franco-egicpio llamó contra-tradición: parodias de la divinidad que, por ser precisamente imitaciones, son en realidad exactamente lo contrario; es lo que la tradición cristiana conserva bajo la figura del reino anticristiano.
Los creyentes y los no creyentes no deberían detenerse a mitad de camino en su crítica. Es muy comprensible que se compare a Israel con la Alemania nazi, al apartheid con los campos de concentración, a las fuerzas armadas sionistas con las SS, pero es necesario ir más allá. Las comparaciones ya no hacen al holocausto algo “único”, pero lo colocan en el centro de la escena en perjuicio de la realidad actual: “La comparación de (el sionismo y el nazismo)... ha tenido la desafortunada consecuencia de volver a llamar la atención sobre el holocausto en detrimento de la ocupación. Todo se plantea como si hubiera que demostrar el parentesco de Israel con el nazismo para poder condenar sus acciones; como si, de no probarse esta afinidad, los israelíes pudiesen permitirse humillar, robar, asesinar, conservando siempre la inocencia”, escribió el español Santiago Alba[23]. El músico ex judío Gilad Atzmon ha dicho que el sionismo es peor que el nazismo. Lo que parece radical es en realidad un reflexión necesaria: el nazismo ya no existe, el sionismo sí. Lo mismo va para los creyentes: no deberían considerar a los religiosos que sacralizan al Estado judío simples extraviados. Son una aberración. Cada vez son más los grupos supremacistas judíos y sus aliados sionistas cristianos que abiertamente manifiestan su deseo de destruír la Explanada de las Mezquitas para erigir en ese lugar el tercer Templo de Salomón; consideran que con ello comenzarían los tiempos mesiánicos. Para un laico esto es pura locura seguramente, pero para un creyente es el reflejo invertido de todo lo que hay de sagrado en el mundo.
Desde la perspectiva de las cosas que hacen a la salvación del alma, Israel Shamir ha dicho que el pueblo palestino es el último katechon: “Ya sabéis vosotros la causa que ahora le detiene, hasta que se manifieste en el tiempo señalado. El hecho es que ya va obrando el misterio de iniquidad; entre tanto el que está firme ahora, manténgase, hasta que sea quitado el impedimento (katechon). Y entonces se dejará ver el perverso, al cual el Señor Jesús matará con el aliento de su boca” (2-Tes 2,6-8). Pero nuevamente, esto es igual de válido tanto para el que cree como el que no: si Israel es la grieta del occidente actual, es la causa palestina la primera en develarla; si Tierra Santa es el lugar donde se profana la herencia profética y apostólica, consideremos entonces la resistencia palestina inspirada en las milicias celestes de San Miguel.
Resulta increíble la posición ambigüa, a veces filosionista, de la Iglesia occidental[24]. Para algunos cristianos el último refugio del espíritu es la Iglesia oriental. Pero se equivocan: el último refugio se encuntra en el Islam. Jesús es para ellos Cristo, el Verbo encarnado. Lo adoran como profeta. María es para ellos Vírgen, prenda de fe que los protestantes no conservan. Los musulmanes aguardan entretanto una muy singular llamada a la oración: ha de ser pronunciada desde el minarete de la mezquita damascena donde reposan los restos del Bautista, y nacerá de la garganta de Jesús. Será la señal de su Segunda Venida. Junto a Él estará ese día el jefe de sus ejércitos, el Imam Mahdi[25].


No creyentes y creyentes deben rechazar radicalmente ser “judeocristianos”. Nada es más acorde a la razón y al espíritu.
[1] Más puntualmente: en lo militar, en el cínico bombardeo a Serbia de 1999 primero, y en la doctrina de ataque preventivo de 2002, y en lo financiero, tanto en las políticas adoptadas hacia las crisis surgidas desde 1994, como en el colapso argentino de 2001.
[2] Castro, Jorge: Perón y la globalización. Sistema mundial y construcción de poder, Catálogos, Buenos Aires, 1999.
[3] Artículo: “Gore Vidal: ‘La administración Bush es tan extremista...’”, en http://www.voltairenet.org/article144466.html
[4] Artículo “La guerra de civilizaciones” de Thierry Meyssan, en http://www.voltairenet.org/article123077.html#article123077
[5] Aquí van algunos, los importantes. El lobby israelí y la política exterior estadounidense, de John Mershaimer y Stephen Walt, en www.laeditorialvirtual.com.ar; Conexión EEUU-Irak-Israel-Sionismo, James Petras y Robin Eastman Abaya, en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=3287; Petras también publicó un libro: The power of Israel in the United States. En este marco de crítica a Israel, el ex Presidente James Carter publicó su libro, Palestina: paz y no apartheid; igual que en el artículo de Mershaimer y Walt, la intención de la crítica, que en EEUU puede significar un suicidio político o socioeconómico, está hecho con la intención explícita de abrir un debate alrededor de la inferencia del lobby judío en las políticas norteamericanas: “Oriente Medio, censurado”, en http://www.clarin.com/diario/2006/12/18/opinion/o-01902.htm.
[6] Brzezinski, Zbigniew: El gran tablero mundial. La supremacía estadounidense y sus imperativos geoestratégicos, Paidos, Buenos Aires, 1997, pp. 48 y 49.
[7] “La opinión de Brzezinski”, en http://www.clarin.com/suplementos/zona/2006/04/30/z-03903.htm. En su edición de junio/julio de 2006, la segunda revista en importancia en todo el mundo sobre política internacional, Foreign Policy, del Fondo Carnegie para la Paz, dedicó un número especial sobre el lobby judío, y Brzezinsky estuvo entre los que consideraban excesiva la influencia de dicho grupo de presión.
[8] La más popular revista neoconservadora, The Weekly Standard, publicó un artículo del columnista estrella del The Wall Street Journal, Charles Krauthammer, que promueve el uso de la tortura: http://www.voltairenet.org/article132100.html.
[9] Artículo “Descenso a la barbarie moral”, de Norman Finkelstein. Trata puntualmente el recorrido intelectual de Alan Dershowitz, prominente sionista: http://www.tlaxcala.es/pp.asp?reference=1026&lg=es.
[10] Se llegó al límite de preguntársele al estadounidense musulmán electo como Representante en el Congreso de su país, Keith Ellison, en una entrevista concedida a la CNN, como podría demostrar que no formaba parte del “enemigo”, esto es, de ese espectro sin demasiada forma que es la “amenaza islámica”. Si durante el nacional-socialismo un medio de comunicación alemán “respetable” le hubiese preguntado a un judío si formaba parte de la conspiración judeo-bolchevique ¿no lo consideraríamos una muestra de racismo e increíble estupidez?
[11] Los porcentajes de financiemiento político están en el ensayo de Mershaimer y Walt, y en el de Petras y Eastman Abaya; en el primero también está la referencia a los columnistas sobre Medio Oriente. El porcentaje dado por MacDonald se encuentra en un artículo de Israel Shamir, “Los sabios de Sión y los maestros del discurso”, en http://www.israelshamir.net/Spanish/Sp30.htm.
[12] Ver artículo “El CUFI: 50 millones de evangelistas partidarios de Israel”, de Thierry Meyssan, en: http://www.voltairenet.org/article143135.html#article143135.
[13] “El príncipe encantado”, Israel Shamir.
[14] “Entrevista con el disidente Israel Shamir”, en http://www.israelshamir.net/Spanish/Sp18.htm.

[15] Comunismo y nazismo, de Alain de Benoist, en www.laeditorialvirtual.com.ar.
[16] Artículo “Por quién doblan las campanas”, de Israel Shamir, en http://www.israelshamir.net/Spanish/Sp17.htm.
[17] Blaustein, Eduardo y Zubieta, Martín: Decíamos ayer. La prensa argentina bajo el Proceso; Ediciones Colihue, Buenos Aires, 1998.
[18] Extraído de la entrevista que sirve de introducción al ensayo “Comunismo y nazismo”, de Alain de Benoist.
[19] Artículo “Estados Unidos: el fracaso propio y ajeno”, http://www.clarin.com/suplementos/cultura/2006/07/15/u-01233857.htm.
[20] http://www.rebelion.org/noticia.php?id=43981.
[21] “La URSS ha muerto ¡Viva Eurasia!”, de Edgard Schmid, en http://ar.geocities.com/Ediciones2001/Docs/2006_12_30_Schmid.htm.
[22] “Washington pretende reescribir la historia”, T. Meyssan http://www.voltairenet.org/article142151.html; y los n° 2 y 4 de “El traductor gráfico”, http://www.eltraductorradial.com.ar/index%20ETR-etescribe.htm.
[23] Artículo “Que importa que no sean nazis si son unos asesinos”, escrito en ocasión de la visita de José Saramago a la sitiada Ramallah, en que comparó la ocupación con el holocausto. http://www.rebelion.org/sociales/alba110402.htm.
[24] La Iglesia occidental da constantemente señales muy claras de sumisión al proyecto sionista, y esto no solo en lo que respecta a las posturas políticas adoptadas por el papado, sino también en lo que hace a su doctrina, por lo menos desde la década de 1960. Sin embargo, sigue mantiendo cierta vitalidad crítica, lo que no termina de despejar esa ambigüedad. Ver, por ejemplo, el artículo de Alberto Buela “Del antisemitismo al anticatolicismo”, en http://www.harrymagazine.com/200609/anticatolicismo.htm. Es esa vitalidad, aparentemente residual, la que convierte en “políticamente correcto” la agresión facil y gratuita hacia la Iglesia.
[25] Artículo “Henoch, los Reyes Magos y el Orden de Melkitsedek”, de Joaquín Albaicín, escrito desde la perspectiva del guenonismo.


Lucio Fernández Paz